Cada 3 de febrero, en Casavieja, el sonido de los cencerros y el crujido de las esteras anuncian el regreso de los Zarramaches, figuras ancestrales que surgen entre sombras y risas. Con sus rostros cubiertos y cintas al viento, persiguen a los niños como si el tiempo no hubiese pasado. La tradición late con fuerza en cada rincón del pueblo, donde el eco de viejas leyendas se entrelaza con la emoción de los más jóvenes, y los misterios de antaño se reviven, vibrantes, en una fiesta que desafía el olvido.